Próximo libro de la psicóloga Pilar Sordo:No quiero crecer
La nueva sexualidad a los 15 años.
A esta edad los adolescentes sufren un remezón que afecta su desarrollo emocional y su conducta sexual. En su nuevo libro "No quiero crecer" -que saldrá a la venta esta semana-, la psicóloga Pilar Sordo describe esta etapa como un "terremoto" que pone a prueba los valores y la demarcación de límites. Aquí, las tres escalas del terremoto.
Primera escala:
La barrera del pudor
Hace unos años comenzó a ponerse de moda en varios colegios de Santiago y regiones el llamado "juego de las pulseritas" según la psicóloga Pilar Sordo. Aparentemente inocente y divertida, esta práctica ganó especial popularidad entre las niñas y niños de los últimos años de enseñanza básica y algunos de los primeros años de educación media. Su dinámica gira en torno a unas pulseritas de colores que las niñas se hacen con hilos de bordar y que se ponen en la muñeca con la misión de entregarlas a todos los compañeros con quienes se besarán durante una reunión o en alguna fiesta de colegio. Su reglamento es simple: La niña que logra desprenderse de más pulseras -que besa a más compañeros- gana el juego. Se convierte en la más popular porque los hilitos con su color distintivo ahora los lucen como trofeos, otros adolescentes, de los que la mayoría de las veces, apenas conocen el nombre.
Según Pilar Sordo, estas pulseritas -ya convertidas en un panorama del carrete pre-quinceañero- evidencian la forma explosiva en que los adolescentes han comenzado a traspasar, a edades cada vez más tempranas, la barrera del pudor.
Esta dinámica demuestra el poco valor que le entregan al acto de besarse, que bajo estos códigos se transforma en una práctica divertida, sin trasfondo. Más que un acto importante en su desarrollo sexual y emocional, se convierte en una búsqueda de sensaciones o de adrenalina.
Para la psicóloga, que describe este fenómeno en su nuevo libro, "No quiero crecer" (Editorial Norma), que se lanzará estos días, el pudor es clave para el desarrollo de la sexualidad de los adolescentes. El pudor comienza a vivirse junto con la aparición de los caracteres sexuales secundarios, aquellos que los distinguen, pero no son directamente parte del sistema reproductor (caderas y pechos en las mujeres; músculos y vello facial en los hombres). Esta etapa -que actualmente se inicia al final de los 11 años y al comienzo de los 12- provoca que se sientan y se vean distintos. La primera reacción es que niños y niñas comiencen a resguardarse, a taparse y, en la gran mayoría de los casos, a avergonzarse. El problema surge en la medida en que los adolescentes cambian, a la velocidad del rayo, la vergüenza por la desinhibición. Y eso, asegura Pilar Sordo, se evidencia primero en las mujeres y más tardíamente en los hombres. "Todo esto se hace evidente a los 13 años, cuando muchas niñas empiezan a tener un cuerpo de mujeres en una estructura mental que sigue siendo infantil. Entonces comienza el tema de jugar con estas características, probar con cuánto muestran y cuánto no muestran, y su actitud frente al pudor se trastoca. Sienten que mantener el pudor es una cosa medio ridícula, pero que en cambio es una osadía mostrar. Esta actitud está ligada con la sobreerotización de la sociedad, donde la mujer es más mujer en la medida en que tiene más busto".
En el caso de los hombres, este juego tiene un aspecto más conductual que corporal. Dice que la osadía masculina está en el empezar a conquistar, en vencer el pudor a nivel de personalidad. "Más que mostrar su cuerpo, ellos se preocupan más de conquistar, de mostrarse lo más machos posible y empiezan a trabajar su cuerpo para sentirse atractivos desde ese ámbito".
En la medida en que esto ocurre es inevitable que niños y niñas terminen encontrándose en un juego donde se potencian. Mientras estas niñas-mujeres se muestran más, los niños cambian sus conductas para conquistarlas. Aparecen los códigos de conquista sexual, un crecimiento adolescente impaciente y adelantado. Esto ocurre porque hay difusión en los límites; no está claro qué se hace a los 13 años, cuánto se seduce, cómo se conquista. "Esas situaciones corresponden a otra edad, y traspasar ese límite a la larga sólo genera daño. De hecho, yo planteo que en los cursos de séptimo y octavo básico no se debería pololear. A esa edad su misión debe estar más enfocada con establecer códigos de lealtad en las amistades, más que códigos de uno a uno en términos de relación de pareja", explica la psicóloga.
Para Pilar Sordo, como a esta edad los niños actúan muy instintivamente y no tienen un código emocional muy grande ni menos valórico, el concepto de autocuidado es clave. Puede marcar la diferencia en esta escala de desarrollo emotivo y sexual. El autocuidado es la salida, el fin de esta escala.
"Es la única manera de prevenir, pero requiere de tres cosas clave: una es la evaluación del riesgo, otra es el establecimiento de un código valórico que te permita protegerte y el otro tiene que ver con la incorporación de factores emocionales dentro de este repertorio erótico nuevo. Lograr que los niños manejen este concepto sólo depende de los padres, quienes deben haberlo trabajado desde el inicio de su crianza. Enseñazas como que nadie lo puede tocar, que tienen que respetarse a sí mismos, controlar sus instintos. Y eso, que en este momento se deposita en lo sexual, debió centrarse a los cinco años con las pataletas, o a los tres años para controlarle el sueño o los esfínteres. Al final, el cómo los papás codifiquen ese proceso de aprendizaje no es independiente de cómo va a llegar a codificar su conducta sexual en la adolescencia. Es una malla que empieza a agarrar redes distintas".
Segunda Escala: Los peligros de la invulnerabilidad
En su libro Pilar Sordo asegura que actualmente los adolescentes tienen un exceso de información sobre el sexo y la sexualidad finalmente termina por servirles de nada. Dice que en sus conversaciones con estos niños ha comprendido que "todos los conocimientos que ellos manejan en relación a cómo cuidarse en términos de mecanismos de anticoncepción, no los usan porque asumen que nunca van a vivir una situación tan extrema, y si la vivieran, tampoco van a correr ningún riesgo porque no les va a pasar nada".
Precisamente esta errónea convicción de seguridad -"de que no les va a pasar nada"- es una característica central de esta etapa de la adolescencia. Se conoce como principio de invulnerabilidad y está directamente relacionado con sus estructuras mentales y neurológicas propias de su edad, porque hay ciertas partes del cerebro que se bloquean en la evaluación de los riesgos. Lo natural es que esto vaya desapareciendo a medida que crecen. Pero como en la actualidad muchos adolescentes también desarrollan una temprana relación con el alcohol, este principio de invulnerabilidad crece y se extiende por un periodo más extenso de lo normal. Eso aumenta el riesgo. Se extiende la idea de que las cosas les pueden pasar a otros, pero no a ellos.
"La mayoría de los adolescentes debe asumir el miedo a la experimentación de conductas adultas de una manera positiva o negativa, dependiendo de su elección. Si lo viven de una manera positiva, el miedo va a ser un factor protector, que les va a decir que no se pueden meter en situaciones riesgosas porque van a salir dañados. Pero el problema surge porque en la actualidad el miedo no se enfrenta con esa mirada. Ya no está visto como un factor protector, sino como algo que hay que traspasar, que hay que avasallar. Ahora el miedo se vive en la medida en que se vence. Hoy, mayoritariamente los niños de 14 años valoran más al que dice que sí ante una conducta riesgosa que el que dice valientemente no para protegerse. Ése es el perno", explica la psicóloga.
Bajo esta perspectiva de riesgo mal enfocado, el tema sexual adquiere una perspectiva diferente. La explicación de Pilar Sordo es que durante la adolescencia son tantas las variables que hay que manejar en la vida cotidiana, son tantos los miedos con los que los niños tienen que enfrentarse -subirse a una micro por primera vez, poder andar de noche, experimentar situaciones sociales donde ven a otros consumir drogas, etc.-, que los adolescentes no están preparados para incorporar además un tema con tanta energía propia como el sexual. "Así, al adelantar su iniciación sexual, entre las niñas se desvirtúa el concepto de virginidad y muchas veces inician prácticas para las que no están preparadas como el sexo oral".
"Creo que hay un tema ahí que se debe reflexionar socialmente, sobre todo entre quienes creemos en el concepto de la espera, la espera en la madurez, la espera en el compromiso para poder entregar esta parte mía, porque evidentemente esa persona, me guste o no, formará parte de la memoria emocional. Creo que le hemos ido perdiendo el valor al concepto de espera, a pesar de que hay un grupo grande de jóvenes, de mujeres y hombres, que lo siguen valorando como algo importante, pero que no se atreven a decirlo, porque son castigados socialmente, al tratarse de un tema antiguo, un tema que aparentemente no tiene sentido. Y en eso los padres tenemos la responsabilidad de hacerles soñar con ese concepto, tanto a hombres como a mujeres", explica en su libro.
Para la especialista, la mejor manera para que los padres combatan la errónea percepción del principio de invulnerabilidad es que controlen los límites y resguarden el espacio protector de los hijos. Que expliquen claramente cuáles son los factores de riesgo a los que no están dispuestos que se sometan o vivan. Y eso pasa por su autonomía. "A los quince años los niños no deberían ser tan autónomos. Deberían tener una hora límite clara para carretear, y menos hacerlo en horarios nocturnos ni en discoteques, porque en esos espacios hay más riesgos. Además los papás deberían tener un control sobre las amistades de sus hijos. Deberían indicar las variables de control y las situaciones de riesgos de las cuales están protegiendo a sus hijos".
Tercera escala: El costo de la impaciencia
Para Pilar Sordo, la impaciencia adolescente es otra característica que define y determina el acercamiento de las nuevas generaciones a la sexualidad. Dice que estamos frente a pre-quinceañeros que quieren experimentar sensaciones con rapidez y con la excusa de que eso los hace sentir más vivos, más grandes. "Tiene que ver con la conexión, con la adrenalina, con el que desaparezcan las angustias, las responsabilidades. Pero este deseo de vivir al máximo inevitablemente se entrecruza con la imprudencia, con la pérdida de control, con la ignorancia de lo que se está experimentando".
Esta impaciencia inevitablemente está asociada con la sensación de invulnerabilidad. Es el paso siguiente de ese estado. En la medida en que los adolescentes pierden el miedo, que se sienten seguros ante el riesgo, que malinterpretan su autonomía, la ansiedad por experimentar crece y genera que se cometan conductas basadas en la impaciencia.
Además, aclara Pilar Sordo, esta sensación de experimentar también es provocada por otras estructuras sociales bastante más complejas que ejercen presión sobre los adolescentes. "Esta generación, a la que apellido "banda ancha", está determinada por un sentimiento de rapidez para todo; para ellos todo tiene que ser instantáneo, todo tiene que ocurrir en el momento, sin procesos largos. Y eso es algo que replican de lo que sucede dentro de hogares donde ya no se cocina sino que se compra la comida hecha, en los que todo se encarga por teléfono o por el computador. Ante esa realidad, estos niños, que no tienen su personalidad e identidad aún estructurada prenden como pasto seco".
Entonces, si a esta impaciencia también se suman las anteriores etapas -la pérdida de la barrera del pudor, la falta de autocuidado- no es de extrañar que un gran porcentaje de adolescentes actualmente tenga su primera relación sexual tempranamente, sin mayor conciencia de lo que están haciendo. Se inician en una sexualidad que, en la gran mayoría de los casos, no está asociada al afecto, sino sólo a la práctica.
"El resultado es que los adolescentes empiezan a sentir interiormente grandes cuotas de angustia, sobre todo las mujeres, porque ellas están por naturaleza más intrínsecamente hechas para asociar o mezclar lo emocional, y se les obliga a disociarlo, porque o están bebidas o porque así hay que hacerlo. El tema es que ni siquiera dejan espacio para una conquista larga. O se adelanta ella a decirle que le gusta, o se adelanta él, o se besan antes de conversar. El tema es ir saltándose etapas lo más rápido posible, para avanzar. ¿Hacia dónde? Ni siquiera ellos lo tienen claro, pero el punto es que están avanzando", dice la psicóloga.
Para poner freno a esta impaciencia, los mecanismos de control de los padres son clave. "Si los papás no atrincan, no ajustan y no aprietan, de aquí en adelante costará un triunfo. Fundamentalmente hay que tratar de poner límites de horario, conocer a los amigos de los hijos, algo más que sólo el nombre, tener acceso a las redes tecnológicas que maneja -fotolog, facebook, twitter, etc.-, saber cómo las viven y cómo las experimentan".
La especialista aclara que es muy importante que los padres comprendan que esto sucede en un trasfondo de deberes y derechos.
"Hoy los niños tienen más conciencia de lo segundo. En la medida en que los padres instauran esta conciencia, enseñan códigos valóricos a sus hijos y guiarlos para que se dejen de regir por lo instintivo, la estructura para resistir este remezón estará mejor preparada".
Por Juan Luis Salinas..