CASTRACION, ALIENACION Y ORGANIZACIÓN SOCIAL

martes, 11 de agosto de 2009

La castración, que impone la voluntad del padre y marca el ocaso del complejo de Edipo, cuya acción recae sobre los deseos incestuoso y parricida del niño, continúa su tarea en la sociedad, que frena de un modo inclaudicable la realización de los deseos del individuo, negándole, finalmente la condición de ser auténtico, requisito indispensable para la pertenencia al orden social.

La castración, que así entendida, es el móvil constitutivo de los sentimientos de rebeldía o rechazo que abrigan algunas ideologías que se oponen de un modo crónico al poder establecido, encuentra su relativización y conciliación con los conceptos de placer y realidad, introducidos por la teoría psicoanalítica.

Pese a lo seductor que resulta la posibilidad de satisfacción del deseo, el modo de encuentro en la realidad con el fenómeno, constituye la génesis de la enfermedad o la salud. Impedido de escapar a la simbiosis, el individuo que satisface el deseo, ve imposibilitado su ingreso en el orden simbólico, que le otorga un nombre y un lugar en la sociedad.

La castración es la alienación, pues sitúa al individuo más allá del placer, al imponer la prohibición, expresada por el nombre que lo distingue y le niega autenticidad. La alienación o castración es también la realidad, principio sustitutivo del placer, que busca satisfacción inmediata. El principio de realidad es la postergación del goce, o su anulación.

El modo como el individuo se sitúa ante los principios del placer y de realidad, le otorga el sello distintivo de su inserción en orden social. Así, la realización, la negación o la transformación del deseo, constituyen el sustento de un tipo particular de estructura.

El psicótico, se sustrae a la alienación, que lo deja libre del orden simbólico, pero atrapado por el deseo. En la paidofilia, situada como una particular subestructura de la psicosis, se produce una inversión en la búsqueda del goce, por el doble componente de atracción e identificación constitutivo del complejo de Edipo, impulsado talvez por la propia perversión del objeto que niega constitutivamente para sí la ley paterna, imposibilitando su implantación en el orden familiar.

En la neurosis asistimos al triunfo de la prohibición, expresado en el obsesivo a través de rituales de aseguramiento que denotan la inseguridad y desconfianza del propio individuo en sus medidas de control. La histérica, en cambio, con su paradójica estructura, que le permite jugar y confundir con su forma de control, expresa a través de su comportamiento seductor la fuerza de la prohibición, que encubre a través de una pseudo inclinación al goce. El conflicto, tanto en la histérica como en el obsesivo, es la búsqueda de un deseo que saben prohibido, pero al cual no pueden renunciar.

Solo la renuncia al deseo incestuoso y a la reacción parricida ante la prohibición, vale decir, la aceptación de la castración, pueden liberar al individuo de su estructura patógena y aproximarlo a satisfacciones y realizaciones sucedáneas.

Tras la renuncia a los deseos incestuoso y parricida se constituye el sujeto, por su aceptación de la castración y la identificación alienante con el nombre que le es otorgado y lo diferencia en el seno de la sociedad, esto es, por la supremacía del principio de realidad.

La organización social, con su estructura normativa, sirve a la función de castración del padre, promoviendo su impotencia, que constituye la metáfora de la renuncia al deseo y el ingreso en el universo simbólico alienador.


Fernando Honorato Basualto
Psicólogo

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